De Botton, de hecho, quiere que rechacemos la “idea romántica fundacional en la que se ha basado la comprensión occidental del matrimonio durante los últimos 250 años: que existe un ser perfecto que puede satisfacer todas nuestras necesidades y satisfacer todos nuestros anhelos”. No es algo tan difícil. De hecho, madurar consiste en ir aceptando, poco a poco, que las cosas no son tan ideales (y tampoco tan cuadriculadas) como creíamos. No solo en el amor, sino en todo lo demás.
La lista de pros y contras de Darwin
En el umbral de una decisión que marcaría el resto de su vida, Charles Darwin se encontraba inmerso en un mar de incertidumbre respecto a la posibilidad de contraer matrimonio con su prima, Emma Wedgwood. En un acto revelador de su naturaleza meticulosa y analítica, Darwin extrajo de su escritorio lápiz y papel, y se dispuso a evaluar las implicaciones de tal compromiso.
Del lado de los beneficios, destacó la progenie futura, la dulzura del compañerismo constante y los deleites que proporcionan la música y la conversación femenina. Por otro lado, sus reticencias se extendían hacia la “pérdida de tiempo abismal” que suponía aquella relación frente a su trabajo científico, la erosión de su libertad individual para explorar, la tediosa obligación de frecuentar a parientes, los elevados gastos y la angustia inherente a la paternidad, el temor a que su futura esposa despreciara la vida en Londres y, no menos importante, la reducción de su presupuesto para la adquisición de libros.
Sopesando meticulosamente cada aspecto, llegó a una conclusión por un margen muy estrecho. Al final de su análisis, garabateó estas palabras “Casarse, casarse, casarse QED”. Es decir, Quod erat demonstrandum, queda demostrado.
Finalmente, contrajeron matrimonio el 29 de enero de 1839. Tuvieron diez hijos y fueron muy felices. Darwin falleció a causa de un infarto a la edad de 73 años, el 19 de abril de 1882. Emma sintió profundamente su ausencia, y en momentos de reflexión compartía sus pesares por no haberle expresado ciertas emociones en vida. Entre ellas, el gozo íntimo que le causaba saber que él conservaba un retrato suyo en las inmediaciones de su área de trabajo, dentro de su estudio. Sin embargo, Darwin no pudo saber, por mucho que lo hubiera intentado, si iba a ser feliz con Emma.
Imponderables románticos
Resulta inevitable que, tarde o temprano, las personas nos susciten frustración, ira y decepción, al igual que nosotros podemos causarles los mismos sentimientos sin intención de hacerlo. ¿Cómo puede lidiar una pareja frente a semejantes imponderables? La respuesta corta es fácil: autoengañarse.
Vamos con la respuesta larga. Investigaciones en el campo de la psicología sugieren que, en relaciones saludables, las personas tienden a idealizar a sus parejas, viéndolas a través de una perspectiva optimista que las pinta mejor de lo que una evaluación objetiva podría sugerir. Esta idealización no solo refleja una visión positiva de la pareja, sino que también alinea esta percepción con los ideales personales y los prejuicios sobre lo que cada uno considera una pareja perfecta.
Por ejemplo, un estudio realizado en Canadá sobre las ilusiones positivas en relaciones pidió a parejas que evaluaran sus propias personalidades y las de sus compañeros o compañeras, basándose en características que conforman el denominado círculo interpersonal por psicólogos, incluyendo la bondad, la empatía y la tolerancia. También se les pidió evaluar a un “compañero ideal” hipotético.
Los resultados mostraron que las personas tienden a ver a sus parejas de manera más favorable en comparación con cómo estas se ven a sí mismas, especialmente en las cualidades que más valoran. Por ejemplo, si a alguien le importa mucho la bondad, probablemente vea a su pareja como excepcionalmente amable.
Pero lo más interesante fue esto: el estudio encontró que las parejas que mantenían las percepciones más idealizadas de sus compañeros eran las más felices. Este concepto no es nuevo; Benjamin Franklin aconsejó en su momento: “Mantén los ojos bien abiertos antes del matrimonio y medio cerrados después”. Tampoco es malo. Porque el engaño y el autoengaño son maneras de lidiar con un mundo caótico e imperfecto.
El relato que construimos en nuestra mente tiene un poder significativo sobre nuestra percepción de la realidad. Al madurar, en efecto, parte de nuestro desarrollo consiste en reconocer y aceptar que el mundo no siempre se ajusta a nuestras expectativas ideales o rígidas. Sin embargo, este proceso de maduración no implica necesariamente renunciar a todas nuestras ilusiones. En cambio, también se trata de forjar y sostener narrativas positivas, a través de lo que podríamos llamar hiperstición, que nos ayuden a dar sentido a nuestra experiencia y a encontrar propósito y felicidad en nuestras vidas.
Una buena historia sobre el mundo, sobre nosotros mismos y sobre la pareja con la que queremos compartir nuestra vida no es una mentira. Son las lentes con las que hemos decidido contemplar un mundo al que, por mucho que hagamos listas de pros y contras, nunca podremos acceder.
Ilustración Miriam Persand