Miércoles, 22 Mayo 2024 12:50

Sergio y Don pueden estar orgullosos

 Un genio de 93 años

 

Aunque Eastwood ya tenía en su haber tras la cámara alguna genialidad (caso de Bird) y varias del oeste inapelables (Infierno de cobardes, El fuera de la ley, El jinete pálido), su estatura como cineasta pegó entonces tal estirón que obligó a algunos a revisar sus cintas anteriores como director y a todos a esperar sus nuevos trabajos con la expectación que solo suscitan unos cuantos elegidos; expectación que llega hasta hoy mismo cuando trabaja, a sus 93 años, en la posproducción de Juror No 2.

Dejando al margen diferencias claras de estilo, decíamos que tiene sentido que en ese punto de inflexión que fue Sin perdón en 1992 se acordara de Leone bajo cuya mirada, a mediados de los sesenta en España, dio forma al Hombre sin Nombre, al arquetipo brusco que lucía palmito y poncho en Por un puñado de dólares, La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, tan distinto y a la vez tan conectado al pasado bronco del pistolero entrado en años William Munny.

El aprendizaje fue aún mayor cuando observó de cerca el pragmatismo y la sequedad de Siegel, que le dirigió en cinco ocasiones, con clasicazos setenteros como Harry el sucio o La fuga de Alcatraz. Huelga decir –pero lo diremos– que si sus dos mentores levantaran la cabeza estarían tan orgullosos del nivel alcanzado por su mejor alumno como admirados de su fortaleza y disciplina en las tres últimas décadas.

“Sin perdón fue la película que aseguró su entrada en el panteón de Hollywood”, escribe Ian Nathan en el libro que ha dedicado a su faceta de director, Clint Eastwood, la última leyenda de Hollywood. Le supuso su primer Óscar y proporcionó interpretaciones antológicas a Morgan Freeman y Gene Hackman (otra estatuilla para él).

Toda la película parece ilustrar esa frase ya mítica que dice el personaje de Eastwood: «Matar a alguien es algo terrible. Le quitas todo lo que tiene y todo lo que podría tener». Con la perspectiva que dan los años, Eastwood estaba entrando en un estado de madurez y gracia y ya daba igual si él era protagonista absoluto (Los puentes de Madison) o más secundario (Un mundo perfecto). No obstante, ha dirigido tanto que los altibajos son inevitables, alternando algunas cimas indiscutibles (Mystic River, Million Dollar Baby, Cartas desde Iwo Jima, Gran Torino) con otras claramente por debajo de su talento.

Desde su debut con Escalofrío en la noche de 1971 hasta Cry Macho de hace un par de años, Nathan repasa toda la filmografía de una estrella que ha conseguido algo tan difícil en Hollywood como es gozar de autonomía dentro del sistema gracias a su fiabilidad comercial. El libro nos recuerda además que en los ochenta Eastwood dejó dos películas a reivindicar de un subgénero que denomina «películas de estadounidenses inadaptados»: Bronco Billy sobre un tipo que malvive de pueblo en pueblo con un espectáculo circense y El aventurero de la medianoche, que es un músico de country con el sueño de poder grabar en un estudio antes de que la tuberculosis acabe con él.

El director de Gran Torino, otra película sobre un inadaptado, ha dicho en alguna ocasión que la música de jazz y las películas del oeste son las únicas formas verdaderas de arte estadounidense. A uno egoístamente le habría gustado que hubiera firmado más westerns y producido más documentales sobre jazz (suyo es el impagable Straight, No Chaser sobre Thelonious Monk). Pero eso le habría quitado tiempo a él, tan orgullosamente americano, tan conservador y tan patriota, para mostrarnos sin contemplaciones el reverso más tenebroso de su país. Y hacerlo además con el clasicismo que no se distrae y sabe ir al grano.

Nathan sitúa en los últimos años ochenta, la cristalización de un estilo nada afectado. Habla de una suerte de realismo poético que define así: «Mezclaba la claridad documental con una sutil estilización: el mundo, pero con un destello de fantasía. Era un poco como la caligrafía; no solo lo que dices, sino como lo dices. Mucho antes de plantearse ser director, sabía que le encantaba el contraste entre la luz y las sombras de las películas del maestro japonés Akira Kurosawa, y el claroscuro dramático de las películas de cine negro como El tercer hombre. Luces importantes que se abren paso entre las sombras».

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Ricardo Alba Santamaría
periodista y escritor español

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