Inevitable no acordarse del escritor y psicólogo Rafael Metlikovez cuando decía que la esencia de la infelicidad es desear lo que ya tenemos
Me he vuelto a acordar de todo ello leyendo después Los sentidos del tiempo de Antonio G. Maldonado (Málaga, 1983), un ensayo tan breve como denso en ideas, intuiciones y pensadores citados. ¡Qué difícil es dar entrada en tan poco espacio a tanto científico, sociólogo, novelista, político, filósofo o poeta y que la lectura del discurso principal no se resienta, sino todo lo contrario! Y te apuntas lecturas y te prometes volver pronto al sanatorio de La montaña mágica de Thomas Mann.
Sabemos que la risa mata el miedo y sabemos que eso es bueno. También sabemos que la ciencia mata la sorpresa, nuestra capacidad para asombrarnos, y eso ya no está tan claro que sea bueno. “La contemplación de las estrellas siempre me hace soñar”, escribe Vincent Van Gogh en una de sus cartas a su hermano Theo. Hay que desconocer lo que allí pasa, en las estrellas, para soñar con ellas. De hecho, habiendo visto lo que hemos visto, ¿quién no prefiere, tumbado una noche de agosto en la playa, imaginar –como se hacía antes de 1969– qué habrá realmente en la Luna que ver un documental en el sofá de casa con las últimas novedades sobre la superficie lunar? Bueno, alguno habrá.
Como alguno habrá también que perciba admirado, cuando se le explica, la habilidad maestra de las células tumorales para sobrevivir y replicarse, el modo en que se las apañan para burlar al sistema inmune y así reproducirse sin control. Pero lo normal es que de este tema nos deslumbren los científicos, que sean capaces de crear anticuerpos –la célebre inmunoterapia– que actúen con eficacia sobre las dichosas proteínas que impiden a nuestro propio organismo defenderse del cáncer como si le fuera, porque le va, la vida en ello. Aquí sí, la belleza y la grandeza de la ciencia en su grado máximo, sin misterios que valgan. No los queremos.
En no pocas ocasiones cuando la ciencia desactiva el misterio, elimina una fuente de inspiración para la literatura y nos va dejando sin motivos para lanzarse a la aventura. Nos despoja de mitos y relatos que ayudan a encontrar un sentido a la existencia. Por eso, cómo no estar de acuerdo con Maldonado cuando celebra las noticias –ojo, noticias con verdadero rigor científico– que desmienten una certeza previa para confirmarnos que el universo sigue siendo algo abierto y aún sin explicar del todo. Así, cuando reflexiona sobre por qué le satisface tanto leer sobre lo inesperado, escribe: “Aquello que desbarata lo previsto me traía esperanza. Una esperanza que debía contraponerse a la desesperanza que me generaba lo ya conocido, lo ya cerrado y resuelto”.