La película denuncia y retrata, uno de esos episodios de la historia salpicados de vergüenza.
Seleccionada por el país asiático para ser su candidata en la próxima edición de los Óscar, la película sobre el genocidio camboyano de la década de 1970 tuvo su estreno mundial en Cannes, donde cosechó un muy buen recibimiento.
Sobre los hechos acaecidos, Camboya, 1978, que se sirve de algunas terribles imágenes de la época, nos sitúa en aquel año, con la llegada de los periodistas franceses que, invitados por el propio régimen que domina el país desde hace tres años, acuden con la intención de hablar con su líder. Uno de los reporteros cree que los Jemeres Rojos pueden dar una vuelta positiva a la nación pero, tanto él como sus dos colegas, rápidamente descubren que la realidad que se esconde detrás de la propaganda deja muchísimo que desear y, de forma inevitable, sus convicciones experimentan un profundo vuelco. Su situación se torna a cada momento más compleja, arriesgada y peligrosa.
Su realizador y responsable de la adaptación a la pantalla es el experimentado cineasta camboyano Rithy Panh, conocido por sus documentales sobre la historia de su país, en concreto sobre los años de la férrea dictadura entre 1975 y 1979. Dentro de su producción, La imagen perdida (2013) fue una de las cinco películas nominadas al Óscar en la categoría de habla no inglesa y ganó el premio al mejor largometraje en Cannes en el apartado Un Certain Regard. Exile y La gente del arrozal son otros títulos que han contribuido a levantar su sólida cinematografía.
El genocidio camboyano fue obra de los Jemeres Rojos, un partido político que gobernó la llamada Kampuchea Democrática, nombre con el que renombraron al país durante su dictadura. Su objetivo era la purificación de la población, en similitud a lo intentado por los nazis en Alemania, para crear una raza superior. Como una gran parte de las víctimas eran de etnia jemer, la misma de sus verdugos, algunos historiadores denominaron el proceso como un «autogenocidio».
Bajo la inflexible dirección de Pol Pot, el régimen se propuso la creación de un modelo agrario basado en los ideales del maoísmo y el estalinismo. Su política se caracterizó por la ruralización forzada de los habitantes de los núcleos urbanos. Para lograrlo sometieron a una parte importante de la población –entonces en torno a nueve millones de personas– a torturas, trabajos forzados y ejecuciones masivas.
El resultado fue un estado de malnutrición generalizada, epidemias y el asesinato indiscriminado, que incluía a ancianos y niños, que costó la vida aproximadamente a un cuarto de la población del país, en torno a dos millones y medio de camboyanos. El genocidio finalizó en 1979 con la invasión vietnamita.
Quince años más tarde fueron descubiertas más de 20.000 fosas comunes en los llamados campos de la muerte. En enero de 2001, el Gobierno camboyano aprobó una legislación para enjuiciar a los responsables. En 2014, un reducidísimo número de ellos fueron declarados culpables y sentenciados a cadena perpetua, pero la mayoría de ellos no pagaron peaje alguno por sus crímenes, entre ellos el propio Pol Pot, que murió en su refugio de la selva en circunstancias nunca aclaradas en 1998.