Pedro Almodóvar regresa a lo grande
Tras ganar en Venecia y recibir hace menos de un mes el Premio Donostia en la 72 edición del Festival de San Sebastián -galardón honorífico que reconoce la aportación global del homenajeado al mundo del cine-, el realizador estrena su largometraje número veintitrés.
Es el primero de esta ya larga carrera original e íntegramente rodado en inglés tras los cortometrajes La voz humana, en el que también Tilda Swinton firmaba el papel estelar, y Extraña forma de vida, protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal.
El que ahora ve la luz se vale de la maestría de Moore y Swinton, cómplices y comprometidas a través de unas actuaciones que agarran por el cuello al espectador (y no lo sueltan hasta el plano final) a las que acompañan, también en trabajos meritorios con mayor o menor minutaje, John Turturro, Alessandro Nivola, Juan Diego Botto, Raúl Arévalo, Melina Matthews y Victoria Luengo.
Javier López Iglesias nos presenta el relato al que dan vida presenta a Martha (Swinton), una madre al que su trabajo como corresponsal de guerra, siempre alejada de su hogar y familia, no ha permitido ejercer como verdadera madre y una hija que no ha sabido aparcar su rencor. Además, la separación entre ambas se hace insuperable como consecuencia de un profundo malentendido que ha gravitado, desde mucho tiempo atrás, sobre sus vidas.
En esa circunstancia, otra mujer, Ingrid (Moore), una novelista que fuera amiga de la madre y a la que hace tiempo perdió la pista, por una de esas casualidades que la vida esconde, se entera de la situación terminal de Martha y acude a su lado. Además de hacerse depositaria del dolor y la amargura entre madre e hija, afrontará con riesgo y dignidad el compromiso al que se verá impelida.
Rodada entre Madrid, El Escorial y Nueva York, la película habla de la crueldad sin límites de las guerras, de los modos tan distintos en que las dos escritoras se acercan y reflejan la realidad, de la incertidumbre del final de la vida y, sobre todo, de la amistad como aliada para afrontar las situaciones extremas y, de algún modo, dulcificar el horror.
