Círculo de Bellas Artes de Madrid, hasta el 4 de mayo
Comisariada por Martina Mazzotta y Jürgen Pech, la muestra ofrece un recorrido inédito por la vida y obra de Max Ernst (Brühl, Alemania, 1891-París, 1976), pintor, escultor, dibujante, artista gráfico, teórico del arte y poeta, figura clave del movimiento dadá y el surrealismo que contribuyó de modo tangible al desarrollo del arte europeo.
El cine fue una influencia constante en la carrera de Ernst, desde su papel como actor, como miembro de jurados cinematográficos o como diseñador, lo que hizo, por ejemplo, para Henri Gruel, Roman Polanski y Jan Švankmajer, cuyos cortometrajes se presentan en esta exposición.
Su obra ha inspirado el cine surrealista y a numerosos cineastas posteriores, creando un vínculo profundo y continuo entre su arte y el cine, destacan Mazzotta, historiadora del Arte e investigadora en The Warburg Institute de Londres, y Pech, excomisario del Museo Max Ernst de Brühl y editor del último volumen del catálogo razonado de su obra.
La exposición incluye fragmentos de películas y proyecciones que establecen un diálogo constante con las obras. Se incluyen extractos de filmes como Un perro andaluz y La edad de oro, de Luis Buñuel; Los sueños que el dinero puede comprar y 8 × 8: Una sonata de ajedrez en 8 movimientos, de Hans Richter; Max Ernst – Mi vagabundeo, mi inquietud, de Peter Schamoni, y cortometrajes como Una semana de bondad, de Jean Desvilles; Maximiliana, de Peter Schamoni, o dos piezas de Julien Levy, presentadas por primera vez.
Inventor y creador de tendencias.
El arte se convirtió para Ernst en la puesta en escena de la ficción: utilizó decorados teatrales, escenografías e incluso tarimas de madera para crear sus obras. Al tiempo que producía realidades maravillosas y transformaba lo banal en poético, comunicaba su compromiso con un tema fundamental: la relación entre la imagen real y la percepción del observador. El artista se distanciaba deliberadamente al presentar motivos y elementos del mundo empleando dispositivos escénicos, imágenes representativas, introduciendo estratagemas que recordaban la ironía romántica de finales del siglo XVIII e incluso figuras de alter ego, como su famoso Loplop.
Y al mismo tiempo, como señalan los comisarios, «fue un hombre apuesto con un aura impactante, al que no le importaba posar para fotografías. Y como actor protagonizó películas y documentales. También fue un respetado miembro de jurados cinematográficos, ¡y hasta un original diseñador de galardones para premios de cine! La vida y obra de Max Ernst siguen manteniendo un poderoso efecto: forman parte de la historia, pero su existencia y su enfoque interdisciplinario y colaborativo tienen mucho en común con los artistas nómadas contemporáneos. Así, el pasado se expande para abarcar lo universal: conocimiento y cultura, espacio y tiempo se entrelazan en un elevado juego filosófico. Y cuanto más envejecía el artista, más se intensificaba a muchos niveles su compromiso con el cine».
Una de las características más peculiares e inusuales de la producción de Ernst es que, desde 1930, él mismo creó todos los catálogos e invitaciones para sus exposiciones. A partir de 1950 se produjo un aumento exponencial en su producción gráfica, con más de 500 obras publicadas individualmente en aproximadamente 80 volúmenes, portafolios, mapas y revistas. Todas se exponen en Madrid.